"Este asiento tiene una mancha de Big Cola, vamos a tener que esperar a Tránsito"
Imagen de Tal Cual
Cuando
cumplí dieciocho años creí que el tormento para viajar por el territorio
nacional había acabado. Al ser menor de edad y vivir a seis horas de mis
padres, tenía que pasar por todo un trámite engorroso cada vez que deseaba
visitarlos, hasta que un día resolví escanear mi cédula, abrirla en Paint,
borrar el último dígito de mi fecha de nacimiento y escribir otro. Como
siempre, la burocracia en Venezuela obliga a la gente a irse por los caminos de
la ilegalidad.
No
obstante, hace unos días, en mi primer viaje playita-culito-rumbita a
Choroní, me encontré con un elemento que me hizo cambiar de opinión, que me
hizo pensar que no basta con ser mayor de edad para viajar sin problemas por el
país (sin contar las vías y sistemas de transporte paupérrimos): la matraca.
Había
escuchado historias de mis conocidos, sabía que era común, pero no tan común
como para que me ocurriera en mi primer viaje, un claro indicador de que en
estos casos la excepción es la no-matraca.
Viajábamos
en el carro del amigo de un amigo. En una alcabala un policía nos pidió que nos
detuviéramos, lo hicimos. Luego de mostrarle hasta las facturas del Farmatodo,
nos indicó que nos hacía falta el título de propiedad del auto. Tras quejarnos
brevemente decidimos examinar detenidamente el carné de circulación que él nos
señalaba como prueba, literalmente, decía lo siguiente: “Para trámites que se
realicen fuera del territorio nacional es necesario el título de
propiedad del vehículo”, ah, es que habíamos entrado en la República Popular y
Playera de Choroní sin darnos cuenta.
No sé
cuántas veces le explicamos al oficial que aquello que nos solicitaba no era
necesario, que el lugar al cual nos dirigíamos era parte de Venezuela y que
Venezuela era el territorio nacional. No había manera, estaba atrapado en un
ciclo inquebrantable que constaba de dos frases: “Lean lo que dice allí”,
“Bueno, sí, ustedes tienen razón. ¡Devuélvanse pues!”.
Al final,
todo se redujo a una lógica no dicha: ustedes están en lo correcto, pero el que
tiene una pistola aquí soy yo, y quiero plata. ¿A qué se les parece eso?
Exacto, al mismo razonamiento bajo el cual opera un malandro, del cual se
supone que el policía debería protegernos. Este país y sus ironías y sus
playas.
Una de las
cosas que más me molestó del acontecimiento fue la manera tan dramática y lenta
en la que el tipo nos pidió dinero. Estuvo como 20 minutos negándose a
“negociar” antes de decirnos que él “no se iba a ensuciar las manos”, lo cual
nos dio a entender que era otro policía el que recibía los billetes (que
seguramente al final se repartían). Posteriormente, nos subimos al carro,
dejamos la alcabala atrás y pasamos una hora descargando nuestra impotencia a
través de chistes, hipérboles, críticas y comentarios en general. Es lo que le
queda al venezolano después de sufrir una injusticia.
Aún pienso
en la manera en la que un ciudadano podría combatir esto (porque el gobierno ni
de vaina; demasiados magnicidios de por medio). Hay quienes aseguran que se
debe pagar la multa en vez de acudir al soborno, pero en nuestro caso no hubo
ninguna multa porque no hubo ninguna infracción. Éramos solo un grupo pagando
las consecuencias de ser jóvenes y tener las posibilidades de viajar en el
país. ¿Cómo luchas, con la razón de tu parte, contra la excesiva y desbordante
irracionalidad de un individuo de dudosa moral?