28.2.14

El delito es informar (en cualquiera de sus presentaciones)


Muestra de los materiales que entregábamos
Hace dos días casi me llevan detenido. Repartía volantes junto a dos personas en Sabana Grande y esperábamos a otra que se había quedado atrás. Nos encontrábamos frente al Centro Comercial Chacaíto cuando dos funcionarios de PoliCaracas se acercaron. Uno de ellos nos pidió la cédula a todos, le preguntamos por qué, pero él solo insistió en que le entregáramos los documentos de identidad.

Luego de revisarlos, nos pidió los volantes que teníamos en las manos, cuando terminó de examinarlos dijo: “Acompáñenme un momento, por favor”. Los tres nos sobresaltamos y le preguntamos nuevamente el porqué de su decisión. “Lo que ustedes están haciendo se llama Guerra Mediática. Están difundiendo información que luego lleva a la violencia”, respondió.

Una de mis amigas le argumentó que la información contenida en los papeles era cierta, eran cosas que nos pasaban a diario, y que teníamos todo el derecho a comunicarlas para incentivar la protesta pacífica. “Yo vivo en Petare y yo consigo todo, sin hacer colas
dijo el funcionario en relación con un volante que hablaba de la escasez. El problema es que la gente lee estas cosas y se crean rumores, entonces salen a comprar como locas, se llevan de a 8 de a 10, arman barricadas, trancan calles y se vuelven violentas”.

El oficial insistió nuevamente (con cierta agresividad) en que lo acompañáramos. Con nuestros documentos de identidad y volantes en sus manos, subió hasta un punto en el que se encontraban más funcionarios, lo seguimos. Allí nos revisaron bolsos y nos pidieron carnés (a mí incluso me solicitaron uno actualizado) y luego nos dijeron que debíamos esperar a su superior. Este, al llegar, dijo que estaban buscando a los responsables de un volante sobre guarimbas, nos lo mostró y no era ni remotamente parecido a los que teníamos. Le explicamos que los papeles que entregamos no eran de tal naturaleza y que los cargaba el policía que nos había traído hasta allí.

Luego de un par de conversaciones (y de que un señor que vio todo desde el principio intercediera por nosotros) nos dejaron ir. No sin que antes el primer funcionario le repreguntara varias veces a su superior si estaba seguro de que quería entregarnos los documentos de identidad, como deseoso de que nos quedáramos allí.

Estas son las primeras probaditas de la dictadura. Lo que hacíamos no era más que un ejercicio de libertad de expresión, con respeto, sin incitar a la violencia, y, lamentablemente, con algo de temor. La experiencia me aterrorizó, no miento. Me hizo pensar en no protestar más, pero creo que al final elegiré buscar formas más inteligentes de no callar lo que pienso, ni lo que siento que otros deberían saber. 

Paralelamente, me pregunto cuánto faltará para que la única forma de comentar estos temas sea dentro de nuestras propias cabezas.