Muestra de los materiales que entregábamos |
Hace dos días casi me llevan detenido. Repartía volantes junto a dos
personas en Sabana Grande y esperábamos a otra que se
había quedado atrás. Nos encontrábamos frente al Centro Comercial Chacaíto
cuando dos funcionarios
de PoliCaracas se acercaron. Uno de ellos nos pidió la cédula a todos, le
preguntamos por qué, pero él solo insistió en que le entregáramos los
documentos de identidad.
Luego de revisarlos, nos pidió los volantes
que teníamos en las manos, cuando terminó de examinarlos dijo: “Acompáñenme un
momento, por favor”. Los tres nos sobresaltamos y le preguntamos nuevamente el
porqué de su decisión. “Lo que ustedes están haciendo se llama Guerra
Mediática. Están difundiendo información que luego lleva a la violencia”,
respondió.
Una de mis amigas le argumentó que la información contenida en los papeles era cierta, eran cosas que nos pasaban a diario, y que teníamos todo el derecho a comunicarlas para incentivar la protesta pacífica. “Yo vivo en Petare y yo consigo todo, sin hacer colas ‒dijo el funcionario en relación con un volante que hablaba de la escasez‒. El problema es que la gente lee estas cosas y se crean rumores, entonces salen a comprar como locas, se llevan de a 8 de a 10, arman barricadas, trancan calles y se vuelven violentas”.
Una de mis amigas le argumentó que la información contenida en los papeles era cierta, eran cosas que nos pasaban a diario, y que teníamos todo el derecho a comunicarlas para incentivar la protesta pacífica. “Yo vivo en Petare y yo consigo todo, sin hacer colas ‒dijo el funcionario en relación con un volante que hablaba de la escasez‒. El problema es que la gente lee estas cosas y se crean rumores, entonces salen a comprar como locas, se llevan de a 8 de a 10, arman barricadas, trancan calles y se vuelven violentas”.
El oficial insistió nuevamente (con cierta
agresividad) en que lo acompañáramos. Con nuestros documentos de identidad y
volantes en sus manos, subió hasta un punto en el que se encontraban más
funcionarios, lo seguimos. Allí nos revisaron bolsos y nos pidieron carnés (a
mí incluso me solicitaron uno actualizado) y luego nos dijeron que debíamos
esperar a su superior. Este, al llegar, dijo que estaban buscando a los
responsables de un volante sobre guarimbas, nos lo mostró y no era ni
remotamente parecido a los que teníamos. Le explicamos que los papeles que
entregamos no eran de tal naturaleza y que los cargaba el policía que nos había
traído hasta allí.
Luego de un par de conversaciones (y de que un señor que vio todo desde el principio intercediera por nosotros) nos dejaron ir. No sin que antes el primer funcionario le repreguntara varias veces a su superior si estaba seguro de que quería entregarnos los documentos de identidad, como deseoso de que nos quedáramos allí.
Luego de un par de conversaciones (y de que un señor que vio todo desde el principio intercediera por nosotros) nos dejaron ir. No sin que antes el primer funcionario le repreguntara varias veces a su superior si estaba seguro de que quería entregarnos los documentos de identidad, como deseoso de que nos quedáramos allí.
Estas son las primeras probaditas de la
dictadura. Lo que hacíamos no era más que un ejercicio de libertad de
expresión, con respeto, sin incitar a la violencia, y, lamentablemente, con
algo de temor. La experiencia me aterrorizó, no miento. Me hizo pensar en no
protestar más, pero creo que al final elegiré buscar formas más inteligentes de
no callar lo que pienso, ni lo que siento que otros deberían saber.
Paralelamente, me pregunto cuánto faltará
para que la única forma de comentar estos temas sea dentro de nuestras propias
cabezas.