25.9.12

A Modesto

A Modesto en realidad, ni le viene ni le va. Deambula por las calles arrastrando sus alpargatas y en cada casa se detiene a pedir plata. Aunque eso era antes, cuando tenía fe en la mendicidad y en la riqueza de la vecindad, ahora Modesto solo acude a los generosos de costumbre y recibe unas monedas para mermar la podredumbre.

A veces se ofrece a hacer un trabajo para hacer sentir que no le dieron esos cobres en vano, pero la verdad es que a Modesto todo le sale mal. Apenas distingue un geranio de un girasol e igual le pasa el machete a los dos. Los ojos se le encogieron a este señor y hasta oscuro le parece el sol. La gente prefiere “matarlo” (antes de que él mate sus jardines) con un pan duro o un arroz y mandarlo a su casa con la bendición.

Nadie sabe dónde vive Modesto, aunque todos suponen que en un rancho; solo, con su hijo o con su hermano. Modesto no sabe leer ni escribir pero distingue con destreza un billete de “2” de uno de “5 mil”. Él no sabe nada de la reconversión por eso aún utiliza la vieja denominación, e incluso si se la dijeran igual no la usaría; Modesto tiene cosas más importantes que hacer que nombrar las cosas bien.

Modesto ha sido adeco y copeyano al mismo tiempo, chavista y opositor y testigo de Jehová y ateo, se ha puesto lo que se tenía que poner y ha repetido lo que tenía que repetir para tener su bocado e irse a dormir. Modesto está prácticamente solo, ni la dignidad lo acompaña en esta vida.

Él ya está viejo, las arrugas y los achaques minan su cuerpo. Las apuestas son, que ni siquiera tiene donde caerse muerto. ¿Pensará Modesto en la muerte? ¿Querrá que lo entierren y le recen como a un buen cristiano? ¿Creerá Modesto en Dios?

A Modesto lo inmortalizo en este texto, pero a su sombrero le rindo un mejor tributo: pues tiene más temple que aquel errabundo. Una gran tarea debe ser andar con tanta desventura junta, balancearse levemente de un lado a otro mientras un cerebro turbio elabora el próximo ruego: “¡Eh! ¿Tiene algo que me dé, señor?”

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