Una profesora de Castellano de la universidad decía
que, cuando no supiéramos cómo se pronunciaba una palabra que estaba en otro
idioma, la hispanizáramos. Aseguraba que era mejor expresar algo en correcto
español que aventurarse con una lengua desconocida, y que no debíamos sentir
vergüenza por eso. Yo concuerdo con ella, sin embargo, la realidad se distancia
de este ideal. En Venezuela, enunciar un anglicismo como si estuviese en
castellano te convierte en bruto, niche, marginal, fuchialejatedemí y en un blanco para las burlas. Es la máxima
ofensa que se le puede procurar a la gente que no admite otra voz para los
nombres foráneos que la original.
La satanización del acto ha llevado a las personas al
punto de preferir arriesgarse a decir un
vocablo en su lengua original (así no sepan cuál es) a hacerlo en español. O
sea, para muchos es menos embarazoso decir “naik” (para referirse a la marca
Nike, cuya debida pronunciación es “náiki”) a decir simplemente “nike”. Como consecuencia, tenemos individuos que
prácticamente se silencian cuando deben leer un extranjerismo y que sienten una
momentánea pena por no conocer otros idiomas. Esto no debería ser así.
Si nos quitamos los lentes (de pasta, muchos) que
hacen parecer la hispanización como algo extraño y feo, veremos que más allá de
eso es muy natural. En un entorno libre de hostilidades, un orador monolingüe que
se encuentra con una palabra ajena a su lengua resolverá el problema haciendo
uso del único idioma que conoce para pronunciarla; es la maniobra más sencilla
que tiene a su alcance y eso no está nada mal. Los gringos lo hacen todo el
tiempo con los vocablos del español y nadie les dice nada, más bien, hasta lo ven
cuchi y jocoso. Lo mismo pasa con los españoles, hispanizan cualquier cosa y no
los llaman niches. ¿Por qué aquí tiene que ser motivo de vergüenza?
Yo prefiero que alguien pronuncie una palabra
correctamente en español, a que lo haga en ningún idioma. Para mí, un buen hablante
es aquel que pronuncia adecuadamente una palabra, ya sea en su voz original o
valiéndose del recurso de la hispanización. Por el contrario, un mal hablante es
aquel que comete errores al enunciar expresiones en su afán de complacer los
estándares de algunos políglotos.
Pienso que esto de la hispanización debería extenderse
a los comunicadores. Hace una semanas una amiga me preguntaba si creía que los
periodistas deberían hablar inglés para poder trabajar, le dije que no, que a
pesar de que es una gran herramienta, nuestro español debería bastar para
laborar en medios de comunicación, y que un profesional de esta área no debería
sentir miedo de hispanizar ni verlo como una deshonra o una mancha para su
imagen.
Para concluir, debo decir que con este texto no pretendo
que el acto de hispanizar llegue a ser el predominante, sino que se vuelva tan
válido como enunciar algo en su idioma original, es decir, que se torne igual de
aceptable decir “guaifái” (para referirse a Wi-Fi) que “güífi”. Opino que es
hora de dejar el miedo a la práctica, debemos normalizarla y permitir que
aquellos que no dominan otras lenguas más allá de las que heredaron al nacer
puedan incorporar, sin temores, vocablos foráneos a su léxico. Así que, la
próxima vez que se encuentre con una expresión inmigrante y desconozca su
pronunciación original, hispanice. Recuerde: es mejor decirlo bien en un idioma
que decirlo mal en todos.
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