5.8.13

El miedo a hispanizar




Una profesora de Castellano de la universidad decía que, cuando no supiéramos cómo se pronunciaba una palabra que estaba en otro idioma, la hispanizáramos. Aseguraba que era mejor expresar algo en correcto español que aventurarse con una lengua desconocida, y que no debíamos sentir vergüenza por eso. Yo concuerdo con ella, sin embargo, la realidad se distancia de este ideal. En Venezuela, enunciar un anglicismo como si estuviese en castellano te convierte en bruto, niche, marginal, fuchialejatedemí y en un blanco para las burlas. Es la máxima ofensa que se le puede procurar a la gente que no admite otra voz para los nombres foráneos que la original. 
 
La satanización del acto ha llevado a las personas al punto de preferir arriesgarse a decir  un vocablo en su lengua original (así no sepan cuál es) a hacerlo en español. O sea, para muchos es menos embarazoso decir “naik” (para referirse a la marca Nike, cuya debida pronunciación es “náiki”) a decir simplemente “nike”.  Como consecuencia, tenemos individuos que prácticamente se silencian cuando deben leer un extranjerismo y que sienten una momentánea pena por no conocer otros idiomas. Esto no debería ser así.

Si nos quitamos los lentes (de pasta, muchos) que hacen parecer la hispanización como algo extraño y feo, veremos que más allá de eso es muy natural. En un entorno libre de hostilidades, un orador monolingüe que se encuentra con una palabra ajena a su lengua resolverá el problema haciendo uso del único idioma que conoce para pronunciarla; es la maniobra más sencilla que tiene a su alcance y eso no está nada mal. Los gringos lo hacen todo el tiempo con los vocablos del español y nadie les dice nada, más bien, hasta lo ven cuchi y jocoso. Lo mismo pasa con los españoles, hispanizan cualquier cosa y no los llaman niches. ¿Por qué aquí tiene que ser motivo de vergüenza?

Yo prefiero que alguien pronuncie una palabra correctamente en español, a que lo haga en ningún idioma. Para mí, un buen hablante es aquel que pronuncia adecuadamente una palabra, ya sea en su voz original o valiéndose del recurso de la hispanización. Por el contrario, un mal hablante es aquel que comete errores al enunciar expresiones en su afán de complacer los estándares de algunos políglotos.  

Pienso que esto de la hispanización debería extenderse a los comunicadores. Hace una semanas una amiga me preguntaba si creía que los periodistas deberían hablar inglés para poder trabajar, le dije que no, que a pesar de que es una gran herramienta, nuestro español debería bastar para laborar en medios de comunicación, y que un profesional de esta área no debería sentir miedo de hispanizar ni verlo como una deshonra o una mancha para su imagen. 

Para concluir, debo decir que con este texto no pretendo que el acto de hispanizar llegue a ser el predominante, sino que se vuelva tan válido como enunciar algo en su idioma original, es decir, que se torne igual de aceptable decir “guaifái” (para referirse a Wi-Fi) que “güífi”. Opino que es hora de dejar el miedo a la práctica, debemos normalizarla y permitir que aquellos que no dominan otras lenguas más allá de las que heredaron al nacer puedan incorporar, sin temores, vocablos foráneos a su léxico. Así que, la próxima vez que se encuentre con una expresión inmigrante y desconozca su pronunciación original, hispanice. Recuerde: es mejor decirlo bien en un idioma que decirlo mal en todos.

18.7.13

La participación popular y protagónica del pueblo anónimo

                                                                                                   Vía Panorama

Hace dos días Maduro anunció por cadena nacional la construcción de la casa número 400.000 de la Gran Misión Vivienda. En la transmisión que hizo desde Nueva Esparta exhibió una de sus célebres tautologías, iba así: el pueblo es quien gobierna, nosotros somos el pueblo y nosotros gobernamos para el pueblo; lo que se entiende, como conclusión, es que él gobierna para sí mismo. Luego, le dieron la oportunidad de hablar a Molina y a Ramírez, quienes dieron a conocer cuánto se había invertido en el programa hasta el momento y agradecieron a las brigadas de ciudadanos conformadas para la construcción de los hogares. Al final, Maduro se despidió y dijo "vamos a saludar al pueblo", acto de habla que lo distinguió inmediatamente de aquellos a quienes apelaba. El supuesto ente se oía a lo lejos, con evidente agitación, emitiendo una serie de gritos incomprensibles para el oyente que se encontraba al final del sistema comunicativo. Así, emotiva e irracional se perfilaba la muchedumbre.

El pueblo ha sido todo para la Revolución, es quien gobierna, por quien se gobierna y para quien se gobierna. Hasta hoy día no hay una definición muy clara de la palabra, pero si uno tuviese que adivinar por el discurso oficial, diría que es todo aquello lo que no es 'burgués'. Durante estos años, el pueblo ha quedado anónimo a pesar del papel protagónico que se dice darle. En el caso de la escena antes relatada, se habló de unas brigadas que contribuyeron a construir las casas del complejo y no se mencionó ni reconoció a un solo integrante, la luz del reflector estuvo siempre enfocada hacia el presidente que le agradecía al pueblo, pero no había rostros visibles de este que corroboraran su rol preponderante.

Así como ocurre en este caso, pasa en muchos más. A través de las televisoras estatales se observa que los logros para el país son obra y gracia de los líderes políticos (tanto nacionales como internacionales), el "pueblo llano", la gente "de a pie", queda en la sombra. Obviamente se les alude (vagamente), pero uno no puede evitar pensar que es una consolación o, peor, una autorreferencia. Se vanaglorian entre ellos; los que antes rodeaban a Chávez y ahora son el gobierno, los que rotaron durante años por todas las instituciones del Estado sin importar su aptitud para el cargo.

De esta forma, se le atribuye implícitamente al gobierno la facultad para llevar a cabo las transformaciones necesarias y al pueblo se le adjudica un papel accesorio. Asunto que no sería tan cuestionable si no fuera porque en las peores crisis del país los papeles han sido invertidos desde arriba. Durante la crisis energética de 2010, que azotó a todo menos Caracas, el pueblo debía pagar las multasahorrar energía y padecer los apagones, cuya razón de ser, según versiones oficiales, era 'un aumento en el consumo de la población'.

Rápido: piense en líderes de comunidades o en personas que no estén montadas en la política o los medios de comunicación que se hayan hecho insignes durante este gobierno por su trabajo cotidiano y el aporte significativo que han hecho a su entorno. Son pocos o ninguno, ¿cierto? ¿Y es más probable que no los haya o que su labor no sea difundida por el gran aparato comunicacional del Estado? Otra prueba de que los últimos son instrumentos propagandísticos y de que la Revolución se escribe desde el poder.

Hay otro ejemplo más banal, pero igual de útil: piense en cuántas fotos ha visto de gente que usted conoce, que no estén afiliados a partidos, con Capriles. Piense cuántas ha visto con Maduro1. Fotos casuales, tomadas con un teléfono o una cámara digital sencilla por un tercero. Probablemente, los casos del primero superen al segundo. Lo que podría indicar que el gobierno de calle mantiene una distancia con el ente al cual se debe y con el que se equipara.

Al final, el pueblo son las masas. Moldeables y dirigibles a conveniencia. Se expanden y se convierten en un conjunto de mundos y realidades individuales al momento de agradecer (y así, magnificar) las obras del régimen o cuando encarnan las denuncias que quieren atribuir desde el poder a los opositores. Se reducen a una mínima expresión cuando se escapan de las manos que las amasan.

1. El autor de este texto no puede evitar pensar que las personas que se fotografían con el presidente son previamente esterilizadas, libradas de parásitos y desinfectadas antes de posar para la cámara.