18.12.12

El testigo, la cola invisible y la gastritis (parte 1)


No acostumbro escribir sobre las cosas que me suceden. Por lo general, las considero muy irrelevantes para articularlas en un texto y ofrecérselas a un posible lector. Sin embargo, la experiencia que tuve como testigo de mesa en un centro electoral, el 16 de diciembre, me pareció lo suficientemente interesante como para capturarla en una hoja y darle algo de orden. Publico esto como un experimento: es la primera vez en mucho tiempo que narro algo que me pasó enteramente a mí, cual quinceañera con un blog llamado “Mi mundo” o “El mundo de (inserte nombre de la autora)”. La entrada no está muy editada, pues no pretendo hacer de esto un cuento o un ensayo sobre las elecciones regionales, nada más quiero dejar registro de la vivencia y compartirla. Por lo tanto, la historia está redactada con un estilo similar al del diario, que, por cierto, fue el primer uso que tuvieron los blogs (¿y tienen?, ¿y tendrán?) En fin, no sabía cómo titular estas narraciones, pensé en ponerle Crónica de un testigo o Cien mesas de Soledad, pero luego recordé que las referencias a Gabriel García Márquez me dan gastritis. Por ello, decidí apodarlas: El testigo, la cola invisible y la gastritis. Así es, una frase que no resume el contenido de la publicación, tal y como me enseñaron en Periodismo. Sin nada más que agregar, y si todavía conservan la atención y no han cerrado la ventana, los dejo con el texto (que, por cierto, está dividido en varias partes).

El texto

El sábado me fui a dormir pensando que no iba a ser testigo de mesa. Ni siquiera me habían entregado el credencial. Así que, esa noche, apenas leí unas cuantas páginas para conocer cuáles podrían ser mis funciones, y luego, tras aceptar finalmente el hecho de que no iba a hacer nada, me acosté. Es que, ¿cuándo me iban a entregar el bendito credencial?,  ¿al día siguiente?, ¿a las seis? Pues, sí. “Ricardo, te trajeron el credencial”, fueron las primeras palabras que escuché el domingo a las 6 am, con un ojo semiabierto. En ese momento, viajé en el tiempo para abofetearme el día en que dije: “Sí, mamá. Si necesitan gente, yo los puedo ayudar”.

¿Qué se supone que hace un testigo de mesa? Todo lo que había leído el día anterior lo había olvidado. Deseé haber tenido entre mis manos un libro que dijera: “Cómo formar un testigo en 5 minutos”, “Ser testigo for dummies”, o algo por el estilo. Pero en fin, la patria estaba en juego. Me levanté y decidí vestirme con colores serios para intimidar y fingir un incuestionable conocimiento de mis responsabilidades y del proceso electoral.

Cuando llegué al centro de votación, me recibió un señor que apestaba a alcohol. Me ubicó en la mesa número seis (aunque mi credencial decía cuatro) y me dijo que iba a estar ahí con otro testigo. Cuando me dirigí a firmar la planilla de registro, vi que ambos éramos del mismo partido (UNT, lamentable, lo sé). Recordé este extracto del documento que había recibido en la mañana: “No se permitirá, en un mismo acto electoral, más de un testigo por alianza”. Igual me anoté. Estar ahí debía ser mejor que votar e ir a mi casa a ver Globovisión y leer rumores por Twitter. Que me hubiesen permitido quedarme es prueba de lo mucho que conocía, cada miembro, las normas en general.

Estaba en un salón pintado con ese verde nauseabundo con el que recubren las paredes de escuelas públicas, había unos cuantos pupitres grafiteados y unas carteleras alrededor del aula que describiré más tarde. Dentro, había cinco hombres además de los dos testigos: uno que manejaba un aparato para introducir los datos de los electores, otro que presionaba un botón para activar la máquina de votación, uno que registraba a las personas en el cuaderno y los hacía firmar, otro que les entintaba el dedo y un último que tenía una libreta y ponía orden en la “cola”. Luego descubrí que el primero era el operador de máquina; el segundo, el presidente de la mesa; el tercero, el miembro A; el cuarto, el miembro B; y el quinto, el secretario. Nunca me aprendí sus nombres.

El operador de la máquina era un chamo de unos 26 años. Vestía unas Crocs y una camisa Columbia. Su actitud me hacía pensar que de no haber tenido que trabajar ese día, se habría ido a la playa. El presidente de la mesa era como una mezcla entre un colector de autobús y un obrero, con esencia de VTV. El miembro A era un señor que se aprendía el nombre de todos los votantes. El miembro B era el más joven de los integrantes de la mesa, tenía ortodoncia, y era incapaz de no gritar. El secretario era ese tipo de gente que uno cree que se ha ausentado por largo tiempo, pero en realidad siempre ha estado allí. Por último, el otro testigo era un gordo con camisa amarilla que creía que el hecho de haber participado en otras elecciones desempeñando ese mismo rol le daba un Ph.D en Ciencias Políticas. 

2 comentarios:

  1. No tienes idea de la risa que me dio eso de "la patria estaba en juego", ¿por que había tanta gente?, la ultima vez que voté en mi mesa habían solo tres personas, y el aparato para la huella era una cosa rarisima que no había visto antes...¿Por que no mencionaste nada sobre los militares? ¿no habian? eso es raro, siempre estan ahi entorpeciendolo todo

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  2. Estuve la mayor parte del tiempo dentro de un salón, no tuve chance de interactuar con ellos, apenas los veía. Entraban nada más para pedir agua o comida... o para comentar que nosequiencita estaba riquiquita.

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