22.12.12

Final de temporada: el testigo, la cola invisible y la gastritis (parte 4)


Más tarde apareció una muchacha que no quería entintarse porque recién se había pegado unas uñas acrílicas, eran tan largas que si se hubiese metido el dedo en la nariz probablemente se habría perforado el cerebro. No sé cómo lo logró el miembro B.

El miembro A abandonó su puesto para tomar un break, el cual fue tan prolongado que empezó a preocuparme. En su lugar había dejado al testigo del PSUV. Me entraron nervios. Pensé en una posible trampa... hasta que evidencié que el tipo no tenía ni puta idea de cómo usar el cuaderno de votación. Tuve que explicarle.

Al rato regresó el miembro A, comenzó a dar círculos por el salón y a conversar con los escasos votantes en cola; en otras palabras, no regresaba a su puesto. Al principio, intenté convencerlo por la vía ingenua:

‒Oiga, debería volver. El testigo está teniendo problemas para ubicar a los electores.

‒ ¡Nop! Todo fino por aquí ‒gritó la masa enorme que se comprimía y arrugaba en un diminuto pupitre.
El coño. Tenía que quitar a esa mole de ahí. Que trabajara momentáneamente mientras el miembro tomaba un descanso: bien, que lo sustituyera por más tiempo: no. Esperé 10 minutos, balbuceé, pero pude expresarme:

‒Mire, no quiero sonar rudo, pero el testigo no debería estar ahí. No le corresponde manipular ese cuaderno. Sería muy recomendable que volviera a su puesto.

Lo hizo. ¡Victoria popular personal!

A las 5 pm ya todos estaban agotados y deseando que no se mostrara más gente para poder cerrar el centro a las 6, incluso yo. El trabajo de testigo es agotador, solo puede ser llevadero para los fanáticos y para aquellos con una tendencia política claramente marcada.

Como a los 15 minutos entró el testigo 3 haciendo un escándalo porque supuestamente no habían dejado votar a alguien en una mesa porque había llevado un pasaporte en vez de una cédula. ¡Pero un escándalo! Ni siquiera podía explicarle cómo sufragar a dos personas que acababan de llegar.

‒Miren, el pasaporte es… es… ¡UN DOCUMENTO DE IDENTIDAD! A ESA PERSONA TIENEN QUE DEJARLA VOTAR. YO ESTUDIÉ DIEZ AÑOS DE DERECHO EN LA UCV, A MÍ NO SE ME OLVIDA LO QUE APRENDÍ ‒gritó el testigo.

Repitió parte de su resumen curricular, hacía énfasis en el tiempo que le tomó graduarse como si hubiese sido una hazaña. “¿En serio?, ¿te enorgullece haber cursado una carrera en el doble del lapso establecido?”, pensé. Creo que en ese momento todos comenzaron a delirar porque al poco rato el testigo 1 se acercó con un proyecto bastante democrático y comprensivo.

‒Cuánta abstención. Debería haber una ley que cuando uno vaya a pedir un préstamo, un crédito o algo, no se lo den si no ha votado en las últimas elecciones ‒comentó.

‒Eso no sería justo. La gente también tiene derecho a no elegir ‒respondí.

‒ Sí, sí. Pero igual, que la gente que vaya a pedir algo no se lo den si no ha votado.

‒No…

En ese instante entró un miembro del Plan República al salón. No le había prestado atención a los militares hasta ese entonces. El hombre empezó a hablar de las votantes más “ricas” que había visto en el día:

‒Hubo una que llegó como a las 3. Mi helmano, la bicha tenía ese culo PRENSAO ‒comentó casi babeando.

‒Verga, pasó una ahorita, won... como me gustan a mí: con todo en su lugar. Sus teticas y su culito bien paraditos ‒exclamó el testigo 3.

‒No, marico, y la turca que vino con la mamá… esa lo que estaba era EXPLOTADA, ¿oyó? ‒agregó el operador de máquina.

Aproveché la conversación para contar los contactos que tenía en el celular.

Finalmente cerramos el centro. El operador se dirigió a la máquina, insertó una llavecita y empezó a imprimir las actas con los resultados. En mi mesa ganó el Gato con 143 votos, le seguía Yelitza con 118 y Soraya con 7 (pobre).

Al presidente le encargaron buscar el cable de red para empezar a transmitir los resultados. También, debía presenciar el sorteo de las mesas que serían sometidas a Verificación Ciudadana. En vez de eso, se quedó ahí y se dedicó a hacer chistes con los nombres de cada miembro mientras el operador los registraba en la máquina:

‒Ronald…

‒ ¿Reagan? Ja, ja, ja

‒Carlos…

‒ ¿Andrés Pérez? Ja, ja, ja, ja.

‒Ernesto…

‒ ¿Ché Guevara? Ja, ja

Así se trabaja por la patria.

‒Coño tengo hambre ‒murmuró.

“Siempre con hambre. Una representación del hombre nuevo del siglo XXI”, pensé. Antes de continuar evadiendo sus responsabilidades, el presidente se acercó a su bolso, lo abrió y de él sacó una franela roja.

‒¡Miren! Pa’ los que querían saber cuál era mi tendencia.

En el frente se leía: “Pa’ lante comandante”. Sin el vocativo, por supuesto. Qué sorpresa, casi me desmayo, no se me había ocurrido. Mucho menos cuando le dijo al testigo 3: “No, chamo, es que yo amo demasiado a mi patria”.

Llegó el cable. Comenzó la transmisión de los datos. Era el momento de recopilar todas las actas y archivarlas en los sobres correspondientes. Cada uno tenía una etiqueta del CNE y especificaba qué documento iba dentro. Era responsabilidad del presidente y el secretario hacer todo eso, no obstante, el primero probó su ineficacia una vez más: “Yo no entiendo esta verga. Ayúdenme ahí”, exclamó ante una tarea que requería lectura y organización, cosas que él no estaba dispuesto a dar. El operador de máquina terminó haciendo todo.

Recogimos. Al fin. Todos podíamos irnos. Cuando me disponía a cruzar la puerta y exclamar “libertad”, llegó el miembro B.

‒Les tengo malas noticias ‒dijo‒: nos toca Verificación Ciudadana.

La expresión que todos hicimos puede resumirse en esta frase: “¡Qué ladilla! Esto nunca termina”. Volvimos a la mesa obstinados. De los testigos, solo quedaba yo. El primero había desaparecido tiempo atrás, y ahora el tercero exclamaba: “Yo soy testigo, a mí no me toca esta vaina. Chao”. Supongo que no le enseñaron en Derecho que su deber es vigilar TODO el proceso de votación. Por otro lado, el miembro A empezó a quejarse de los conteos manuales.

‒ ¿Para qué uno hace esto? Es estúpido. Ya uno sabe que el sistema funciona y que los votos que están ahí son los que son.

‒Hay que demostrarle a los que no fueron miembros de mesa que el sistema es transparente. Ellos tienen derecho a auditar ‒contesté.

‒ ¡Pero es que eso ya se sabe! Aquí están testigo de los partidos, y los partidos están con la gente. No hay nadie allá afuera, ¿para qué hacer el conteo?

‒Pero no todos los ciudadanos están afiliados a un partido. Incluso ese grupo debería tener la oportunidad de verificar si su sistema electoral es efectivo. Yo entiendo que en nuestro caso sea un poco inútil hacer el conteo manual…

‒ ¡Exacto! ¡Entonces deberían eliminar la Verificación Ciudadana, y punto!

‒No…

Procedimos a realizar la Verificación. El Presidente empezó a contar los votos como si fuesen billetes en un banco. Por los pranes de Tocuyito, ¿se puede ser más inútil?

‒Epa, eso no es así. Debes contarlos uno por uno y enunciar en voz alta para quién va el voto ‒le dije.

Ningún ciudadano asistió a nuestra auditoría; la escena me recordaba a mis fiestas de cumpleaños. Anoté la suma en una libreta barata, comprobé que los números del conteo cuadraban con las actas y recogí mis cosas. En la puerta el miembro B intentó decirme (gritarme, en realidad) algo, pero no le entendí. “Tal vez si tragaras el trozo de pan que tienes en la boca y que le andas enseñando a todo el mundo, podría escucharte”, pensé. Salí de la escuela. Lo que quedaba era registrar los datos de la verificación, que igual ya habían sido transmitidos. Estaba exhausto. Me puse a esperar a mi papá.

Había chavistas lanzando cohetes en los alrededores. Probablemente Yelitza había ganado (y ganó, lamentablemente). Regresé a mi casa sin pensar demasiado. Era lo mejor, para no hacerse grandes expectativas. Sin embargo, al llegar fue inevitable escuchar a mi mamá citar a Alberto Ravell y a Nelson Bocaranda diciendo que habíamos ganado 27 de las 23 gobernaciones. Me senté frente al TV a esperar a que saliera Tibi mientras comía. La sed y el hambre eran colosales. Lo improvisado del día me impidió preparar formas de estar hidratado y alimentado durante largos ratos. Dieron los resultados: 3 gobernaciones. Me pelé, por una. Finalmente, me fui a dormir. Hice una reconstrucción de todo el día que había tenido y tuve la certeza de que el problema más grave no eran esos resultados.

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