21.12.12

El testigo, la cola invisible y la gastritis (parte 3)


Voté. El centro estaba tan vacío que no pude usar mi credencial para que me concedieran prioridad en la cola porque, bueno, no había cola. Tenía muchísimas ganas de enseñar el sobre como un golden pass y avanzar primero que un montón de gente para sentirme importante y compensar mi baja autoestima; pero no pude hacerlo.

Comí. Aproveché el resto de mi tiempo para leer sobre las funciones de un testigo y de los miembros. Resultó que el presidente era quien debía explicarle cómo votar al electorado, no yo. Qué manera de evadir sus responsabilidades.

Regresé. Esta vez había más personas (como tres cada 5 minutos). El presidente de la mesa comía un pote de arroz chino en una esquina. El miembro B, al poco rato, fue a votar y a almozar, así que quedé yo en la función de entintar dedos. Debo confesar que tuve una ligera erección cuando realicé esta tarea, tocarle la mano a la gente me excita. No. Es sumamente aburrido. Sin embargo, no todo puede ser tan malo: tuve la oportunidad de mancharle el meñique a un mendigo analfabeta que olía a zoológico con bajo presupuesto.

En un momento, la mesa estuvo desierta, los votantes, al parecer, se habían acabado. Aproveché el tiempo de ocio para redescubrir mi entorno.

Estaba en un aula de cuarto grado. Había tarjetas de navidad pegadas en la pared. Durante mi exploración visual capturó mi atención una cartelera en particular: la del PPA, ¿lo recuerdan? El Proyecto Pedagógico de Aula. Una estrategia que buscaba vincular los conocimientos aprendidos en la escuela con temas globales y de actualidad, en su mayoría, impuestos por la profesora. Comúnmente salían propuestas de este estilo: “Bien, niños, ahora veamos la relación entre el mínimo común múltiplo y la conservación del ambiente”. En fin, la razón por la cual me atrajo fue por el nombre que llevaba: “Conociendo a Jesús aprendemos a valorar la vida”. En una escuela pública. Luis Beltrán Prieto Figueroa resucita para pegarse un tiro. Décadas de lucha por educación universal, gratuita y laica echadas por la borda por un(a) docente, posiblemente evangélico(a) y solteron(a). El proyecto, a simple vista, consistía en elaborar afiches con los valores indispensables para una persona. La mayoría tenía un grupo de ellos en letras y formas similares, sin embargo, en todos resaltaba uno de manera peculiar: “La Fé”, sí, con el acento y todo. ¿En serio, profesor(a), el valor imprescindible para la vida en sociedad es ese? Carecer de fe no te convierte en un potencial perjuicio para el otro, como sí lo hace la ausencia de los demás valores. Debí dudar de sus capacidades cuando vi los otros “proyectos” (cartas al Niño Jesús) con evidentes errores ortográficos (y señales de dislexia) que usted no se molestó en corregir. Luego observé el respectivo cuadro de Simón Bolívar que adorna todas las aulas y el Himno Nacional. Me convencí de que nuestra educación está basada en ídolos: El Libertador, Cristo, el Ché, el socialismo, el imperio de las tres Marías… Formación para creer. Después de eso, fui al baño. El lugar parecía una clínica de abortos clandestinos. Oriné y ni siquiera intenté lavarme las manos: la falta de suministro de agua constante era más que evidente.


Al rato llegaron más votantes. Volvió también el “entintador” de dedos. Más explicaciones, más asesorías, más salidas del presidente a buscar comida (les juro que eso era todo lo que hacía).

Apareció una señora que fue la máxima representante del cliché electoral: “Ay, dejé los lentes”. No veía absolutamente nada. Regresó el presidente. Al observar la situación, se aventuró en una empresa titánica:

‒Vamos a buscarle unos lentes a la señora ‒dijo.

‒ ¿Qué? Pero… Cada par de lentes tiene una fórmula distinta no creo que le vaya a servir alguno ‒repliqué.

‒No, no. Vamos a conseguirle unos para que pueda votar. Miembro B, préstame ahí los tuyos.

Jesús, María, José y Arturo Uslar Pietri. Es de sentido común:

‒Que no le van a quedar...

‒Aquí están, lea, a ver.

No le funcionaron. La mujer tuvo que votar asistida.

Como a las 4 pm apareció una muchacha cubriéndose el rostro. Después de depositar la papeleta en la caja explicó que no podía meter el dedo en la tinta porque le daba alergia. El operador de la máquina no quería dejarla ir.

‒Es obligatorio. Tiene que hacerlo. Además, es la primera vez que oigo una situación como esta. La tinta no puede provocar una reacción de ese tipo ‒dijo.

‒Ah, pues, ¿¡tú no entiendes que esa broma me da alergia!? La cara se me hincha toíta y me sale un sarpullío en el brazo ‒contestó la mujer.

El testigo 1 exclamaba que le permitieran ir porque, según él, la tinta se quitaba con agua y jabón en un santiamén. Ante este comentario, el operador se llevó la mano a la cara en señal de decepción. El testigo 3 y el presidente abogaban porque se levantara un acta nada más. Esa era la salida ideal. Le correspondía al secretario la redacción del documento. Desde mi posición, al hombre le corría un hilo de saliva y se le enterraba un ojo. Nunca escribió ningún reporte.

2 comentarios:

  1. De verdad que no tenia la menor idea de lo que era el PPA, en mi epoca eso no se hacia,y no era solo en mi colegio, en el de mis hermanos tampoco.

    Eso de los votantes me recuerda a las primarias en mi centro, los votantes se podían contar con los dedos, y ademas eran todos de la tercera edad (ya te imaginaras cuantas veces se "trancó" la maquina), ni me preguntes donde estaban los jóvenes.

    Ese presidente de mesa debería tomar un curso intensivo de solución de problemas, yo no se cual era el presidente de la mesa donde voté, pero había un gato en el salón, seguramente era ese.

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  2. Yo recuerdo que lo empezamos a utilizar en cuarto grado. Había por lo menos 3 PPA por año, era también una forma de sentir que ibas a hacia una meta y no que ibas a la escuela a absorber datos. Es un método con potencial, si tan solo los profesores tuvieran más creatividad y no impusieran el que más les gustara.

    En fin, en mi centro había viejitas adeca nivel: llevo mi cédula del 97 porque las nuevas las hace chávez.

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