Voté. El
centro estaba tan vacío que no pude usar mi credencial para que me concedieran
prioridad en la cola porque, bueno, no había cola. Tenía muchísimas ganas de
enseñar el sobre como un golden pass y avanzar primero que un montón de gente
para sentirme importante y compensar mi baja autoestima; pero no pude hacerlo.
Comí.
Aproveché el resto de mi tiempo para leer sobre las funciones de un testigo y
de los miembros. Resultó que el presidente era quien debía explicarle
cómo votar al electorado, no yo. Qué manera de evadir sus responsabilidades.
Regresé. Esta
vez había más personas (como tres cada 5 minutos). El presidente de la mesa comía
un pote de arroz chino en una esquina. El miembro B, al poco rato, fue a votar
y a almozar, así que quedé yo en la función de entintar dedos. Debo confesar
que tuve una ligera erección cuando realicé esta tarea, tocarle la mano a la
gente me excita. No. Es sumamente aburrido. Sin embargo, no todo puede ser tan malo:
tuve la oportunidad de mancharle el meñique a un mendigo analfabeta que olía a
zoológico con bajo presupuesto.
En un
momento, la mesa estuvo desierta, los votantes, al parecer, se habían acabado. Aproveché
el tiempo de ocio para redescubrir mi entorno.
Estaba en un
aula de cuarto grado. Había tarjetas de navidad pegadas en la pared. Durante mi
exploración visual capturó mi atención una cartelera en particular: la del PPA,
¿lo recuerdan? El Proyecto Pedagógico de Aula. Una estrategia que buscaba
vincular los conocimientos aprendidos en la escuela con temas globales y de
actualidad, en su mayoría, impuestos por la profesora. Comúnmente salían propuestas
de este estilo: “Bien, niños, ahora veamos la relación entre el mínimo común
múltiplo y la conservación del ambiente”. En fin, la razón por la cual me
atrajo fue por el nombre que llevaba: “Conociendo a Jesús aprendemos a valorar
la vida”. En una escuela pública. Luis Beltrán Prieto Figueroa resucita para
pegarse un tiro. Décadas de lucha por educación universal, gratuita y laica
echadas por la borda por un(a) docente, posiblemente evangélico(a) y
solteron(a). El proyecto, a simple vista, consistía en elaborar afiches con los
valores indispensables para una persona. La mayoría tenía un grupo de ellos en
letras y formas similares, sin embargo, en todos resaltaba uno de manera
peculiar: “La Fé”, sí, con el acento y todo. ¿En serio, profesor(a), el valor imprescindible para la vida en sociedad es ese? Carecer de fe no te convierte en un potencial
perjuicio para el otro, como sí lo hace la ausencia de los demás valores. Debí
dudar de sus capacidades cuando vi los otros “proyectos” (cartas al Niño Jesús)
con evidentes errores ortográficos (y señales de dislexia) que usted no se
molestó en corregir. Luego observé el respectivo cuadro de Simón Bolívar que
adorna todas las aulas y el Himno Nacional. Me convencí de que nuestra
educación está basada en ídolos: El Libertador, Cristo, el Ché, el socialismo,
el imperio de las tres Marías… Formación para creer. Después de eso, fui al
baño. El lugar parecía una clínica de abortos clandestinos. Oriné y ni siquiera
intenté lavarme las manos: la falta de suministro de agua constante era más que
evidente.
Al rato
llegaron más votantes. Volvió también el “entintador” de dedos. Más
explicaciones, más asesorías, más salidas del presidente a buscar comida (les
juro que eso era todo lo que hacía).
Apareció una
señora que fue la máxima representante del cliché electoral: “Ay, dejé los lentes”. No
veía absolutamente nada. Regresó el presidente. Al observar la situación, se aventuró
en una empresa titánica:
‒Vamos a buscarle unos lentes a la señora ‒dijo.
‒ ¿Qué? Pero… Cada par de lentes tiene una
fórmula distinta no creo que le vaya a servir alguno ‒repliqué.
‒No, no. Vamos a conseguirle unos para que
pueda votar. Miembro B, préstame ahí los tuyos.
Jesús, María, José y Arturo Uslar Pietri. Es de sentido
común:
‒Que no le van a quedar...
‒Aquí están, lea, a ver.
No le funcionaron. La mujer tuvo que votar
asistida.
Como a las 4
pm apareció una muchacha cubriéndose el rostro. Después de depositar la
papeleta en la caja explicó que no podía meter el dedo en la tinta porque le daba
alergia. El operador de la máquina no quería dejarla ir.
‒Es
obligatorio. Tiene que hacerlo. Además, es la primera vez que oigo una
situación como esta. La tinta no puede provocar una reacción de ese tipo ‒dijo.
‒Ah, pues, ¿¡tú no entiendes que esa broma me da alergia!? La cara se
me hincha toíta y me sale un sarpullío en el brazo ‒contestó
la mujer.
El testigo 1
exclamaba que le permitieran ir porque, según él, la tinta se quitaba con agua
y jabón en un santiamén. Ante este comentario, el operador se llevó la mano a
la cara en señal de decepción. El testigo 3 y el presidente abogaban porque se
levantara un acta nada más. Esa era la salida ideal. Le correspondía al
secretario la redacción del documento. Desde mi posición, al hombre le corría
un hilo de saliva y se le enterraba un ojo. Nunca escribió ningún reporte.
De verdad que no tenia la menor idea de lo que era el PPA, en mi epoca eso no se hacia,y no era solo en mi colegio, en el de mis hermanos tampoco.
ResponderEliminarEso de los votantes me recuerda a las primarias en mi centro, los votantes se podían contar con los dedos, y ademas eran todos de la tercera edad (ya te imaginaras cuantas veces se "trancó" la maquina), ni me preguntes donde estaban los jóvenes.
Ese presidente de mesa debería tomar un curso intensivo de solución de problemas, yo no se cual era el presidente de la mesa donde voté, pero había un gato en el salón, seguramente era ese.
Yo recuerdo que lo empezamos a utilizar en cuarto grado. Había por lo menos 3 PPA por año, era también una forma de sentir que ibas a hacia una meta y no que ibas a la escuela a absorber datos. Es un método con potencial, si tan solo los profesores tuvieran más creatividad y no impusieran el que más les gustara.
ResponderEliminarEn fin, en mi centro había viejitas adeca nivel: llevo mi cédula del 97 porque las nuevas las hace chávez.